jueves, 4 de junio de 2015

Salmos de Subida y Cantar: una comparación

El encuentro con Tirsa (ya hace unos años) con su iluminación sobre los Salmos de Subida me abrió algunos horizontes de lectura. Sobre todo quedé impactado –aún sin haber abordado directamente el asunto, sino apenas con las sugerencias y claves de lectura aportadas- con la relación que puede establecerse entre este conjunto de Salmos y el libro de Cantar de los Cantares.
A más abundar, algunos criterios de lectura fueron reafirmados con insistencia. Nuestras lecturas latinoamericanas se juegan entre el texto y la vida, entre el discurso y la calle, entre Pueblo y Biblia. Sin este jugueteo de fe, sin esta danza, no es posible entender gran parte de la producción de los biblistas latinoamericanos.
Juego también yo, danzo, desde este barrio popular de El Cristo, en el que vivo desde hace 10 años.
Cantar es amor de pueblo. Es lucha por la vida y por la paz, en medio de otros proyectos que la comen, que la quitan. Cantar es sueño de humanidad, de mujeres y hombres amándose en reciprocidad, de búsquedas y anhelos, de encuentros plenos y de nuevas búsquedas. De huidas y resistencias frente a poderosos, frente a las estrategias de explotación de los pobres.
 Los Salmos de Subida no refieren algo distinto. Las mismas experiencias de pueblo parecen estar a la base, los mismos personajes, la misma fe, los mismos sueños.

La situación que se vive en Cantar y en los Salmos

La situación de la amada en Cantar es de explotación. Esta quemada por el sol a causa del trabajo en las viñas (1,6). Viñas que se ha apropiado Salomón (8,11-12), símbolo aquí de terratenientes y poderosos.
Este sol que quema a la amada es el mismo del que Dios protege para que no haga daño (Sal 121,6). Quienes proclaman el Sal 121 viven una similar experiencia de explotación bajo el sol. Son campesinos, hombres y mujeres, trabajando en condiciones abrasadoras, sin una mínima satisfacción para sí y su comunidad.

La imagen de ríos, aguas y olas que anegan es común a ambos escritos (Ct 8,7 y Sal 124,4). Pocas veces más se encuentra en el Primer Testamento esta expresión (sólo en Is 8; 43,2; Sb 5,22; Sal 69,3). En Ct y Sal son los ríos los que amenazan con llevarse a la persona. La situación es desesperada. Detrás de esta imagen se encuentra la experiencia popular de quienes viven en frágiles construcciones, cercanos a quebradas o ríos. Experiencia común en nuestros días a tantos pobladores de nuestros barrios populares y aldeas, en la época de lluvias.

Y no se trata de una situación puntual, coyuntural. Es más estructural. Abarca la vida toda. Desde la juventud se ha experimentado el asedio (Sal 129,1-2). Desde la niñez han pretendido los “hermanos” apropiarse el cuerpo de la amada, asediándolo (Ct 8, 8-10). Experiencia común a otros textos (Lm 3,27; Eclo 51,7.15) y a otras vidas. Recuerdo dos jóvenes vecinas, que alguna vez pasaron por la casa a consultar sus tareas escolares, y que casi niñas abandonaron su hogar conflictivo para entregarse a experiencias de prostitución,  parejas ocasionales y trabajos sin cuento.
Muchos de los nacidos en nuestro barrio, los mayores ya hará cuarenta años, han experimentado la situación prolongada de injusticia. Han sufrido por vivienda, por trabajo, por estudios, por dignidad… Y no ha sido algo ocasional, sino ligado íntimamente a los modelos económicos, políticos y culturales globales predominantes en estas décadas pasadas, tanto a nivel nacional como internacional.

La mención de las tiendas de Quedar no es casual en ambos escritos (Ct 1,5 y Sal 120,5). Quedar se menciona en otros textos del Primer Testamento (Ez 37, Gn 25, 13 // 1Cr 1,29; Is 21; 42; 60; Jr 2; 49). Se refiere en su origen a los hijos de Ismael, que son considerados habitantes de la estepa, bravos hijos, pero extranjeros. Se aborda entonces una cuestión étnica. Se remite al relato de expulsión de Agar e Ismael, a la exclusión de estos grupos.
En Ct 1,5 se hace referencia a la negritud de las tiendas, una forma sutil de evocar la negritud de estos pueblos del desierto –ismaelitas- emparentados con los egipcios y etíopes, y con quienes se vincula la amada (“negra soy”). Negritud que se relaciona con la situación de exclusión y explotación.
El Sal 120,5 define la vida en las tiendas de Quedar como desgraciada. Es la vida vivida por los actores en el Salmo: vida de desgracia y de exclusión a causa de su extranjería (v. 5a).

Los proyectos propuestos

En medio de estas situaciones se presentas varias propuestas o proyectos. Algunos biblistas latinoamericanos (Andiñach, Schwantes, Mizzoti…) han estudiado los proyectos contrapuestos presentes en el Cantar. Frente al proyecto hegemónico salomónico, de explotación económica y dominación militarista (3,6-8), se sitúa el proyecto de la sulamita, proyecto de paz-shalom.
En los Salmos de Subida se muestran también proyectos contrapuestos. El proyecto de guerra se revela explícito en Sal 120,7, frente al proyecto de paz. Vuelve a repetirse este deseo de paz, como un estribillo conclusivo en Sal 125 y 128: “Paz a Israel”. Y se pide la paz para Jerusalén en Sal 122, 6-8.
Pero esta paz que se preconiza no es una paz ingenua. La mención de la flechas (Sal 120 y 127), siempre en manos de los aliados de Dios, hace pensar en una paz que los hijos defenderán, que no se dejarán arrebatar. Una paz grabada con fuego: el fuego de las brasas de retama con que se afilarán las flechas (Sal 120,4) o el fuego de las saetas del amor divino (Ct 8,6).

Hermanos y amigos en el Sal 122,8 dan consistencia al proyecto de amor y paz, mientras que la amada del Cantar nunca llamará hermanos a quienes sí la llaman hermana pero desean abusar de ella (8,8-19). A quienes la explotan en el trabajo de la viña, prefiere llamarlos “hijos de mi madre” (1,6). Son dos modos diferentes del ser hermanos. Pero también en Cantar se abre una nueva fraternidad: la fundada en el amor de los amados (8,1-2).

La diadema es el símbolo del poder real en Sal 132, 18 y Ct 3,11. Pero, mientras que en Ct la mención de la diadema se realiza en un contexto de crítica a Salomón por su modo de ascenso al trono (eliminando a los otros pretendientes con el favor de su madre), en el Sal 132 se evoca como símbolo utópico de otro modo de gobernar: la mención del ungido descendiente de David (v. 17) cataliza las esperanzas del pueblo. La diadema que brilla es símbolo de la justicia, de un poder distinto que harta de pan a los pobres (v. 15).

El uso de la palabra entra en el juego de los proyectos. Puede tratarse de la lengua mentirosa, engañosa, tramposa (Sal 120, 2-3), o más bien de un “hablar encantador”, como el del amado (Ct 4,3). Si bien la palabra encantar puede ser entendida en varias acepciones, una de ellas por cierto vinculada al engaño (los encantadores son figuradamente embaucadores). El contexto de Ct permite interpretar de un modo más positivo el hablar encantador, en el sentido de agradable, pero a la vez permite acercar el texto a otros textos en los que se trata de la palabra que engaña.

En definitiva, tanto en Cantar como en los Salmos de Subida, se apuesta por el proyecto de Dios para su pueblo, para su amado. En el Sal 127,2  Dios se presenta colmando a su amado de bienes. Y es en Ct 8,5 donde aparece la sulamita apoyada en su amado. Si la expresión “su amado” en Ct es referida a la relación amorosa de una pareja, no habría por qué descartar esta lectura para el Sal 120. Dios es la imagen femenina, de mujer, de amada, que colma de bienes a su amado mientras duerme. De modo similar aparece la imagen en Ct 8,4 y paralelos: “Hijas de Jerusalén, no despierten, no desvelen al amor hasta que le plazca”. Sólo que aquí es el amado quien vela el sueño de su amada y desea su placer. Así vigila, como centinela –ahora con imagen guerrera y de varón- que no duerme ni dormita (Sal 121,4). Las resonancias lingüísticas, con ese juego de paralelismos y contrastes, resultan evidentes.

Este proyecto de Dios es agradable, placentero, como ungüento que baja por la barba (Sal 133, 2), como ungüento derramado (Ct 1,13). O como rocío del Hermón (Sal 133,3) o novia que viene de su cumbre (Ct 4,6). Como corrientes que fluyen del Líbano (Ct 4,15) o torrentes del Négueb (Sal 126,4) que fertilizan. Cuerpos ungidos: labios, manos y dedos que destilan (4,11; 5,13; 5,4). Así es la bendición de Dios sobre su pueblo (Sal 133,3).

Y aunque el nombre de Dios en Cantar apenas se insinúa (una sola vez adjetivando la llama de amor), es suficiente para reconocer en el proyecto de amor y paz de la pareja del Cantar el proyecto del mismo Dios, claramente explicitado como “de Dios” en los Salmos de Subida.

Más allá de este reconocimiento, lo que se quiso poner de relieve en este breve ensayo, es la casi asombrosa relación entre estos escritos del Primer Testamento, que hacen pensar en las mismas experiencias vitales y hasta tal vez los mismos grupos humanos, hombres y mujeres, al fondo de estos escritos.

El proyecto de vida propuesto, a partir de la realidad de los pobres, proyecto de amor humanizador, en relaciones recíprocas, proyecto de paz y resistencia frente a la explotación, proyecto de gozo liberador… seguramente aportará pistas y criterios a nuestras comunidades para valorar los proyectos socio-políticos actualmente en debate tanto en Venezuela como en Latinoamérica y el mundo, y juzgarlos de acuerdo a su carga  liberadora y de vida para nuestros pueblos.


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