sábado, 8 de agosto de 2015

Espigas de trigo arrancadas, fruto de la libertad


Marcos 2,23-28 (Mt 12,1-8; Lc 6,1-5)

En medio del conflicto
Entre los relatos iniciales del Evangelio de Marcos que resaltan el conflicto de Jesús con los fariseos y que culminan en la alianza de fariseos y herodianos confabulados para darle muerte (3,6), resalta una pequeña reelaboración textual a partir de una memoria campesina.
Los fariseos acusan a Jesús de promover lo ilícito al estar sus discípulos arrancando espigas a su paso por los sembrados. El conflicto está planteado, pues Jesús se sitúa conscientemente alentando la acción de sus seguidores.

Tres historias en una
Al tratarse de un relato elaborado a la distancia de los hechos, en un arco de unos 40 años, pueden detectarse en él fisuras, superposición de historias y recuperación de memorias muy antiguas. Haciendo un ejercicio pedagógico para descubrir algunos relatos en sus contextos propios podrían encontrase éstos que siguen.

Primera historia antigua: David, cuando tuvo necesidad y sintió hambre, entró en la casa de Dios, él y los que con él estaban, siendo Abiatar sumo sacerdote, y comió los panes de la presencia, y aun dio a los que con él estaban.
Este pequeño relato es memoria modificada, en los tiempos de Jesús, sobre el texto de 1 Samuel 21, 2-7. La ofrenda de los panes de la presencia queda legislada en Levítico 24, 5-9. Al menos desde tiempos del postexilio, cuando se fijan estas leyes, son colocados 12 panes cada sábado en un altar. Son quemados para Dios (v.7) y son reservados para los sacerdotes (v.9). Dos instrucciones difíciles de entender simultáneamente. Es posible que la norma indique dos estadios históricos diferentes. Primero se quemaban para Dios; más tarde los sacerdotes se quedaron con ellos…
En el relato de Samuel  ya se anota que son panes duros los que se lleva David. Esos son los que quedan después de una semana expuestos en la mesa ante Dios. Al ser renovados, los sacerdotes se quedaban con los panes viejos, que en este caso David lleva para sus hombres.
La fuerza de este relato estriba en su condición fundante de pueblo (los 12 panes de la presencia simbolizan la totalidad de las tribus) en torno a la comida compartida, a partir de una memoria de lucha tribal y de una experiencia de pobreza del campesinado de las montañas. La potencia del texto apunta al papel desritualizador, desacralizador y liberador de la fe yavista.

Segunda historia, año 30, en Galilea: Al pasar Jesús por los sembrados, sus discípulos, andando, comenzaron a arrancar espigas (para comerlas, según versión de Lc-Mt). Entonces los fariseos le dijeron: Mira, ¿por qué tus discípulos hacen lo que no es permitido por la ley? Jesús contestó: La ley fue hecha para el hombre, y no el hombre para la ley.
En la Galilea de Jesús el conflicto por la propiedad de la tierra era sobresaliente. Los pocos terratenientes, vinculados a la corte de Herodes, eran dueños de la mayor parte de las tierras. Los  campesinos, endeudados por años de escasez e impuestos crecientes, se vieron obligados a vender sus tierras. Los dueños de tierras y sus encargados cuidaban de que bandas de salteadores no les arrancaran sus frutos, vigilaban sus propiedades y establecían castigos duros para los infractores. Los discípulos de Jesús son acusados de bandidaje. Jesús los defiende reinterpretando la ley desde la situación de hambre que vive el pueblo.

Otras historias campesinas en paralelo: Para la comprensión de estas historias antiguas de campesinos pueden ayudar dos breves relatos, tomados de otro pueblo campesino mediterráneo, muchos años después. De los archivos de audiencias para juzgar asuntos municipales en Mendavia (Navarra, España) rescato estas breves denuncias sobre el asunto de entrar en fincas ajenas y comer sus uvas.
Carlos Ayala, guarda de viñas, denunció a Francisca Ayala y a la entenada (hijastra) de Juan Berano en lo que dispongan las actas, por haber entrado en la viña garnacha de Don Facundo García (1798).
Manuel Lodosa, guarda de viñas, fue denunciado por Anacleto Sádaba, pidiendo se le condene en dos ducados por haber dado uvas a Francisco Berano. Compareció Lodosa y dijo que sólo le dio una uva yendo de camino (1805).
18 siglos después del escrito de Marcos la propiedad de las tierras es considerada para los leguleyos propietarios un asunto de privilegio natural y, por tanto, de sojuzgamiento de los pobres. Así fue y así sigue siendo incluso en nuestros contextos culturales diferentes. Pero ya vuelvo sobre esto.

Tercera historia bíblica, año 70, fronteras de Galilea-Siria, en contexto de conflicto entre los seguidores de Jesús y el judaísmo fariseo reformado: Aconteció que al pasar él por los sembrados un día de reposo, sus discípulos, andando, comenzaron a arrancar espigas. Entonces los fariseos le dijeron: Mira, ¿por qué hacen en el día de reposo lo que no es lícito? Pero él les dijo: ¿Nunca leísteis lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y sintió hambre, él y los que con él estaban; cómo entró en la casa de Dios, siendo Abiatar sumo sacerdote, y comió los panes de la proposición, de los cuales no es lícito comer sino a los sacerdotes, y aun dio a los que con él estaban? También les dijo: El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo.

Este relato final de Marcos incorpora distintos elementos de la tradición y los reinterpreta desde sus nuevos contextos. Resalta en particular el tema del sábado. El judaísmo fariseo post-templo se asienta en torno a la sinagoga y al día sábado como centros espacio-temporales de su conformación. El movimiento de judíos seguidores de Jesús entra en fuerte tensión con ellos. En el relato de Marcos, la acción de arrancar espigas se sitúa en día sábado, y la ilegalidad se traslada del plano socio-económico (irrespeto a la propiedad de tierras) al plano socio-religioso (irrespeto al día sábado). Para apoyar este nuevo sentido, se incorpora al relato el texto de 1 Samuel que vincula el hambre de David y sus guerreros con el pan destinado al culto, neutralizando el tema del hambre, para poner el ojo en el nuevo tema de las leyes religiosas. La comunidad de seguidores de Jesús representada en el evangelio de Marcos remata el relato con una andanada directa contra el sábado en cuanto se haya convertido en práctica deshumanizadora.

El ser humano y el hijo del hombre
En la visión que Marcos presenta de Jesús, su ser Hijo de Dios (1,1: Evangelio de Jesús, Ungido, Hijo de Dios) queda relegado en el relato hasta su manifestación final en la cruz. Con algunas excepciones, su ser de hijo de Dios confesado por sus seguidores se muestra a lo largo del texto sin otros calificativos que los de su epifanía como hijo de hombre. Esta expresión, hijo de hombre, en Marcos tiene diversos sentidos: a veces evoca al siervo que sufrirá la tortura y la cruz, en otras ocasiones se menciona como un personaje de fin de los tiempos que está junto a Dios, y finalmente se refiere al ser humano de condición común.
En este relato de las espigas arrancadas pueden descubrirse dos sentidos con respecto al hijo del hombre. En una primera lectura, el hijo del hombre es el ser humano del verso anterior: la ley está hecha para él. La ley queda entendida aquí en clave de organización comunitaria, al servicio del pueblo. El ser humano se reivindica como libre de leyes que explotan a las mayorías. En una segunda lectura, por asociación con los otros textos sobre Jesús -siervo sufriente e hijo de hombre-, este pasaje habría podido leerse tempranamente asociando al hijo del hombre con Jesús. Su interpretación en clave cristológica no invalidó la referencia del texto a todo ser humano como señor del sábado, sino que, al contrario, situó a éstos al lado de Jesús, como hijos de Dios, dignos hasta el colmo y libres.

En diálogo con los sujetos que somos
Esta pequeña historia narrada en Marcos despertó conciencias y aún hoy lo hace. En su diálogo con las gentes, a lo largo de siglos, interpeló sus vidas. Ahora, las nuestras.
Como educadores, el texto nos ayuda a descubrir y rechazar las exclusiones de los centros educativos en los que no hay cabida para los pobres, para los considerados socialmente conflictivos, problemáticos o son estigmatizados por ser simplemente diferentes. En la labor cotidiana docente el relato invita a cuestionar nuestras acciones pedagógicas para el acompañamiento de los menos valorados en el sistema escolar, por distintas razones: resultados académicos, grupo de pertenencia, características psicológicas… El texto crea aperturas para el combate de los legalismos en algunos centros escolares que superponen a la persona del estudiante el cumplimiento de ciertas normas disciplinarias con un radicalismo sin atenuantes.
Como gentes creyentes, como seguidores actuales de Jesús que celebramos su fe, el relato cuestiona las exclusiones que hacemos en el compartir de la mesa de Jesús. En especial resuenan las palabras de algunos pastores que repiten vez tras vez: aquél que no esté limpio que no se acerque al banquete, poniendo trabas psicológicas y sociales a los más vulnerables.
Como miembros de la sociedad venezolana, y frente a la guerra económica actual emprendida contra los pobres, la palabra acompañante de Jesús nos anima a sostener con fuerza la lucha y a dar el apoyo a las medidas fuertes,  incluida si fuera el caso la expropiación de empresas, cuando éstas no concienticen su sentido social de beneficio para las mayorías.

Las espigas de trigo en las manos de los pobres alientan nuestras luchas por justicia y dignidad. Las espigas de trigo desgranadas, plenas de fruto, alimentan hoy nuestra esperanza de un mundo más feliz, con pan para todos y todas.

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